Después de abandonaros un poco, reaparezco con una tradición que me parece muy guapa, tanto por que se mantenga en estos días como por lo que representa para una pueblo entero. El Guirria, un ancestral personaje burlón que recorre Ponga cada primero de año llenando de ceniza a los mozos y colmando de besos a las mozas.
Instantes después del mediodía y con el sonido de la gaita y de los voladores de fondo, el Guirria acudió a su cita anual con las mozas de Ponga a toda velocidad.
Como es tradicional, éste vistió un caperuzo con cintas de color azul y amarillo a juego con la camisa y el calzón, una máscara blanca con bigote y barba y un palo largo con el que hacer su característico salto lateral. A un lado, una fardela con ceniza para manchar a los mozos que no van a caballo. La comitiva la integraron diecinueve aguinalderos a caballo ordenados por su grado de veteranía, encargados de escoltar al enigmático personaje del Guirria (del cual no se conoce su identidad), elegido por los solteros del pueblo la noche del 31 de diciembre. Cerrando el séquito, media docena de niños aguinalderos a lomos de cuatro burros.
Las dos características indispensables que todo Guirria que se precie debe tener: ser un caradura y no tener una novia celosa.
Una vez recorridos los barrios de Baraes y el Dubriu, en San Juan de Beleño -donde dio unos cuantos besos y achuchones a las mozas que se encontró en su camino-, se subió a caballo del aguinaldero más veterano, encargado de abrir la comitiva, para junto a él dirigirse a la localidad de Cainaba al grito de ¡Viva el Guirria! y ¡Vivan los aguinalderos y el aguinaldo!
De vuelta a Beleño, el personaje continuó su recorrido por el Carbayal y los barrios de Baraes, El Frontón, Villa, La Viña, El Otero y Dubriu. El día finalizó con la tradicional cena para todos los niños y niñas del pueblo, sufragada con el dinero recaudado. El Guirria, entre tanto, se perdió por los montes de Ponga, para volver, como es tradición, el día de Año Nuevo de 2013.
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